martes, 17 de abril de 2012

Las últimas gracias

Esta es una de esas múltiples ocasiones en las que no se por donde empezar. Pero creo que es la primera que no quisiera tener que empezarla. Hoy hablo de Ricardo Rosas. 92 años, una pierna y el corazón mas grande que he conocido. Abuelo de uno de mis mejores amigos en el mundo que se adelanto a todos nosotros hace apenas un año. Abuelo de todos nosotros de una u otra forma ya sea que compartiera o no la sangre. Uno de los últimos símbolos de lo que era nuestra familia completa.

Tengo recuerdos de todo tipo, de todas mis edades y de todos los ratos felices. Tengo en el corazón el recuerdo de estar en Ecatepec despertando de un fin de semana con ellos dos, Pilar y Ricardo, escuchar a Janey, su pastor Alemán ladrar como si fuera el ultimo día para hacerlo. Recuerdo bajar y tener una pelea de 45 minutos con mi abuela para terminarme el atole y solo era recompensado mi esfuerzo por que mi abuelo en secreto me hacia café con leche y galletas de animalitos. No había Television abajo ni nada particularmente de niños que pudiese yo hacer pero por alguna razón me gustaba esa casa, algo tenia que me hacia regresar. Principalmente era mi madre que no solicitaba mi voto para ir con ellos, pero ahora veo que lo básico era la vibra de esa casa.

Recuerdo ya un poco mas adelante el accidente de Pancho al hacer el salto del tigre que le costo tres años estar en cama en mi casa con cerca de medio kilo de acero quirurgico y media tonelada de dolor diario, pero aun así se negaba a dejar ir esa pierna. Con los años, los sufrimientos y el vasto aprendizaje de dejar ir la casa que tanto adoraban y dejar todo su pasado atrás, creo que Pancho finalmente tomo la decisión de dejar ir a la pierna que hoy esta alcanzando. Pero de esos tres años siempre recordare como los papeles se invertían y ahora a mi me tocaba hacerle el café con sus galletitas de animales.

Una vez sin su pierna, viviendo muy cerca de mi, recuerdo su vasta pasión por las novelas, el ron y la compañía de mi abuela. Recuerdo que se me hizo impresionante como aprendió a moverse a sus 70 y tantos años de aquí para allá, como si tuviera 18 años y tan solo se hubiera fracturado el tobillo. Tenia una extrañisimo y bendito amor por la vida que no he visto muy seguido. Recuerdo viajes, idas a xochimilco, fiestas, reuniones, huateques en todos lados y nunca hubo una vez que lo oyera arrepentirse de nada. Con una pierna de menos, muchos años encima y una cuba en la mano nos platicaba de sus travesuras de joven y su hambre de vida. Pero eso no es todo, también su corazón era una mansión abierta a quien quisiera entrar. Recuerdo que mi madre me platicaba que, en una ocasión, a mi mama y a Irene se les habían roto los zapatos, y él ya con casi 15 años fumando sus delicados diario decidió destinar su presupuesto de cigarros a los zapatos faltantes de las dos niñas que adopto como su propias hijas Y Nunca Mas Volvió a fumar. Así de enorme era el corazón de Ricardo. Gracias a eso su nieto, Ricardo Martinez logro desarrollar un corazón igual de grande y generoso.

Creo que hay demasiadas cosas que puedo recordar de él y mas paginas que podría llenar, pero lo importante, lo que debemos aprender del abuelo es que siempre hay que tener el corazón abierto, la dádiva en las manos y una hambre impresionante por vivir, por que no he conocido a nadie que amara mas la vida que él.

Richard, te doy las ultimas gracias por todo lo que me diste, queriendo y sin querer.

It is what it is...

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