martes, 10 de julio de 2012

De atardeceres


Los atardeceres

El dibujo de su espalda era una curva mortal. Irresistible, deliciosa e invitante.  La mera imagen de esta me provocaba mil emociones. Siempre en dualidad. Siempre terminaba viéndola dos veces en el día. La primera vez las ansias me comen, la emoción me domina y mi cuerpo toma control de mí. La segunda siempre es trágica. Siempre veo su espalda dibujada por la luz del atardecer. Esa luz que a veces es roja, a veces rosa y a veces amarilla delinea esa perfecta curva de su cadera dándome la espalda.  Pero es trágica, por que sé que el atardecer es aquello que me quita la luz de su sol. Es la marca de su salida de mi día. Es lo que marca mi noche y mi soledad. El atardecer me hace recordar que tiene un lugar a donde y con quien dormir.

Camino siempre tras ella para acompañarla a su coche. La puerta esta caída del lado del conductor por lo que tengo que abrírsela a la fuerza. Noto siempre su mirada vigilante y paranoica al salir de mi departamento y la acompaño al coche.  Todo aquel que mira sobre su hombro tiene una deuda que pagar.

Hoy recorro de regreso mis escaleras, de regreso a mi departamento,  y me viene a la mente la imagen de esta noche. Hoy no volteo. Hoy simplemente me abrazó y me dio un beso a la vista del público.  Me emociono como niño pequeño, pues pienso que finalmente estoy penetrando su fortificación, finalmente comienza a enamorarse al punto de no vigilar las miradas ajenas. A mitad de la escalera me dan ganas de celebrar.

Definitivamente es tiempo de celebrar. Hay un bar en la esquina. Caminando hacia allá, por primera vez veo este lúgubre camino hacia el bar como algo maravilloso. Veo el letrero de neón de una casa de citas y aprecio su belleza, veo el faro verde que nunca esta encendido con una vida infinita dentro de él y millones de historias para contar. Me maravillo de la luz de la calle que ilumina a un tipo recargado y llorando junto a él. Siempre hay alguien así en la esquina afuera de un bar.

Entro a mi bar favorito y pienso en todos los maravillosos momentos que he tenido con ella. Como hacemos el amor desenfrenadamente con las ganas de quien tiene poco tiempo para vivir. Como toco su piel como el artista que quiere sentir la pintura en su lienzo blanco antes de siquiera comenzar a pintar.

Después de unas cuantas copas decido regresar a mi casa a oler las sabanas que acaba de dejar aquella que se lleva mi vida en los atardeceres. Al salir, el tipo llorando en la esquina a mi entrada sigue ahí. Me parece familiar, pero no lo suficiente como para que finja que lo conozco y lanzarle un leve guiño de saludo. Puedo ver un dolor inmenso en sus ojos húmedos pero, como todo ser humano moderno, le doy la espada al dolor ajeno.

Al dar esta vuelta al dolor ajeno, un profundo dolor viene a mi cuerpo. Un intensísimo dolor que entra por mi espalda y estoy seguro que atraviesa mi corazón. Es él. No lo reconocí sino hasta que me causo un dolor similar al que yo le cause al estar con ella. Atravesó mi corazón por la espalda con un frio filo que agota mi vida por litro de sangre perdida. Siento como entra su venganza por mi espalda tres veces más en un callejo oscuro y falla el poste de luz de la calle, o mis ojos se cierran, no lo sé. Mientras derramo mi vida en la calle escucho un susurro sepulcral… “Ahora recupero mis atardeceres”… Después no oigo nada más.

It is what it is...

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