jueves, 6 de junio de 2013

Tardes lluviosas


                “ La cura para todo es el agua salada: Lagrimas, sudor y al agua de mar”


                Con mucha cautela me dirijo caminando como pato con chicle en las patas hacia mi destino urgente. La lluvia deja ver formas breves y escurridizas mientras cae con tremenda fuerza imparable. Las gotas que normalmente son un rocío aliviador para la acalorada alma, hoy son pequeñísimos, breves y punzantes cuchillas que se clavan con infinita rapidez en mi dermis desnuda. Camino con todo el miedo a romperme todo lo que se llama hocico pues, por la misma lluvia, el suelo esta empapado y mis pies tienden a levitar en presencia de un reductor de fricción en el suelo. Es decir, me resbalo siempre que hay agua. Me dirijo al baño de hombres para imitar el desfogue de las nubes pero yo en vez de reverdecer la vida y traes la bonanza al pasto, me dedico a tratar de atinarle al urinal.

                Esto me paso este fin de semana, fin de semana que aproveche para tomarme unos días de asueto. Mientras caminaba hacia el baño de los caballeros, además de preguntarme si yo podría entrar siendo más bien yo un patán, observaba que nadie estaba aún nadando en la alberca del hotel donde me hospede además de mis rarísimos amigos y yo. Pensaba mientras imitaba al Pato en su predicamento ya mencionado, como a veces tenemos tanto miedo de situaciones que son perfectamente naturales y comunes. Por ejemplo, este asunto de ser tocado por la lluvia y el dejar ir las cosas.

                Somos perfectamente capaces de realizar magníficos actos de contrición, valentía, humanidad y bondad cuando estamos en una situación controlada donde tenemos calculado que podemos y que no podemos perder. Tal como cuando uno lleva un paraguas a una breve tormenta o cuando sumerge uno cuerpecillo en una alberca de temperatura congelada. El problema viene en estos días… paso la tormenta que iniciaría al primer huracán de la temporada de nombre Andrea. En 72 horas esta tormenta, ni siquiera formalmente llamada ciclón, trajo más agua a Cancun que el mismísimo Wilma y dejo a mucha gente sin manera de moverse, transportarse o de plano ni cómo salir de su casa. Y ahí se le pierde la confianza al agua.

                De igual forma cuando las cosas verdaderamente salen de nuestro control es cuando verdaderamente sabemos quiénes somos y quien alcanzara a nadar y quien se dejara llevar por la corriente, quien no subirá a un autobús para llegar, quien no podrá tender una mano, quien verdaderamente tiene convicción y quien prefiere quedarse encerrado en casa… Y quien saldrá a ayudar a los demás. No presumo de ninguna cualidad, excepto quizás que algunas cosas las he dejado ir, aunque ha sido lo más difícil que he tenido que hacer. Cuando ves al agua poco a poco llevarse todo lo que tenías más querido en tu vida, lo que más te había costado construir, conseguir y hacer, no queda otra que aceptar la corriente, aprender a nadar y saber que una vez más flotaras, aunque no haya trozo de madera del cual agarrarse.

                Y de ahí, a partir de estas tormentas uno se da cuenta que el agua, metafórica y real, es la verdadera y única cura de todo. Pero para curar, a veces se lleva todo lo que se tiene en frente. Mientras para lograr analizar todo esto, saco mi canoa y me dirijo a trabajar esta mañana…

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