lunes, 9 de septiembre de 2013

La vida en el trópico

Ayer vi a una iguana reptando tras unos arbustos y brinqué como niña que acaba de ver a una cucaracha. Es tan extraño que algo que ves todos los días, dadas las circunstancias adecuadas, puedes espantarte al nivel de un brinco de respuesta “Pelea o vuela”. Pues sí, yo veo iguanas todos los días. Algunas pequeñas que no distan mucho de una enorme lagartija en la ciudad de México. Otras ya tirándole al bebé de Godzilla. Claro que hace diez años, esto era una enorme novedad. Tomaba casi diario una flor y se las daba de comer. Eventualmente se fue haciendo una costumbre.

                Y es que en este punto del paraíso casi todo ya es costumbre. Sin embargo, hace algunas semanas me preguntaron si me gustaba vivir aquí, en el paraíso, en Cancún. Mi respuesta fue inmediata y automática: “Lo amo”. A lo que mi interlocutora comentó: “A mí, no. No hay tradición en esta ciudad”. En ese sentido tiene un punto de razón, pero no es absoluta esta razón.  Cancún es una ciudad joven. Comparándola con las ciudades de México, digamos que Cancún está en su adolescencia. Está en un punto de no juzgar, de vivir y dejar vivir, de desarrollarse, de saber quién es y mientras lo hace, las noches son de fiesta, como todas las juventudes de nosotros.

                Abierta la mente de la ciudad, invitando otras culturas, abriéndose espacios en el arte, la cultura, los casinos, los puteros, los restaurantes, los comercios, la vida, la naturaleza, los edificios. Cancún está llena de contradicciones tan flagrantes que, si uno no supiera la realidad, pensaría uno que Cancún es humano. Se debate entre la corrupción y actos verdaderamente nobles de representantes y dirigentes de la ciudad (no hablo de políticos sino los que verdaderamente la dirigen), entre el hampa y el poder caminar a media madrugada en estados etílicos deplorables sin miedo, entre la completa ambición sin límites y movimientos de ayuda a animales y necesitados, entre el tiempo compartido y la construcción de un futuro para la familia, entre trabajar a comisiones y propinas y regresarse uno a la ciudad de origen, entre llegar casado y divorciarse al año de vivir aquí y formar una pareja sin necesidad del matrimonio  con un lazo más fuerte que cualquier lazo legal, en fin, tantas batallas internas.

Hay tantas historias que podrían ser tan características de varias ciudades del mundo, pero todas se concentran aquí. Cancún aún no define su personalidad, está debatiéndose entre miles de potenciales y no se decide aun por ningún lugar en donde aplicar su espíritu. Es el lugar ideal donde las personas más variadas, locas y especiales que el planeta pudo cocinar, se reúnen y forman equipos, forman alianzas, forman, amigos y, con un poco de suerte, forman familias sin sangre comunal.


Cancún trae consigo  al proverbial ángel y demonio en los hombros, dejándose influencias por ambos cuando la vida lo demanda. Y uno, a uno no le queda otra más que vivir este paraíso que además de todo esto, tiene un calor tan intenso, que uno se siente como en casa. El espíritu de la ciudad nos acoge en un manto de calor y humedad o, para los que no están aptos para el reto, los envía de regreso con todo y maletas al frío manto de su ciudad natal, donde algunos dicen que regresan por el teatro y los museos que no hay en Cancún. 

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